En
su visita relámpago a México, el vociferante candidato republicano, que durante
meses ha insultado y humillado a los mexicanos, volvió a demostrar su capacidad
para apropiarse del escenario político y recuperar una iniciativa que ya
parecía perdida.
Pero
el golpe de efecto, cuyas consecuencias aún están por ver, tendrá una difícil
digestión en México. La inesperada invitación de Peña Nieto al hombre que ha
pedido construir un muro entre ambos países desató una agria tormenta política
y, en un momento de enorme debilidad, pone al presidente cara a cara no de Trump
sino de una opinión pública escaldada por la xenofobia del republicano.
"Un
México próspero es en el mayor interés de Estados Unidos", dijo Trump al
término de la reunión, en una comparecencia ante la prensa en la residencia
oficial de Los Pinos, en México D. F. "Hablamos
del muro pero no del pago", respondió a una pregunta de la prensa. Antes
había reclamado el derecho de cualquier estado soberano a proteger sus
fronteras como crea conveniente.
"Mi
prioridad es proteger a los mexicanos dondequiera que se encuentren", dijo
Peña Nieto, quien exigió respeto para sus compatriotas que viven en EE UU. Parecía
la reunión entre dos mandatarios veteranos, con la consabida retórica y los
agasajos típicos de estas ocasiones. Las coincidencias se extendieron a ámbitos
que supuestamente les separan. Ambos defendieron la necesidad de revisar el
Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y de proteger mejor las
fronteras para impedir el paso de inmigrantes sin papeles.
Tanto
Peña Nieto como Trump se postularon como defensores del espacio económico de
América del Norte frente al ascenso de otros polos económicos en el planeta.
Trump atenuó los ángulos más desagradables de su retórica y la presentó bajo
una óptica más benevolente, y Peña Nieto buscó los puntos en común, aunque se
mantuvo firme en la defensa de los intereses mexicanos.
El
candidato republicano no perdió la oportunidad que le ofreció la visita.
Aprovechando la sorprendente invitación girada por el presidente de México,
volvió a tomar las riendas. Por un momento, la demócrata Hillary Clinton dejó
de existir y él pudo enfocar todas sus energías en recuperar un terreno donde
las encuestas marcan un inexorable deterioro. Consciente de ello, ha
protagonizado en las últimas semanas un lento giro y ha intentado
congraciarse con aquellos a los que insultó. O, como mínimo, apelar a los
votantes tradicionales republicanos espantados por su retórica incendiaria.
Bajo esta idea, horas antes de su esperado discurso sobre la inmigración en
Phoenix (Arizona), se plantó en tierra hostil y dio la mano al representante de
un pueblo sobre el que ha lanzado sus peores diatribas.
Para
un amplio sector del electorado Trump es un candidato poco serio, sin hechuras
de estadista. Una parte de la clase política estadounidense, incluso en su
propio partido, le repudia. Peña Nieto le brindó la oportunidad para envolverse
en un aura presidencial y reforzar su imagen de negociador hábil. Hay tradición
de viajes de candidatos al extranjero: uno de los momentos fuertes de la
campaña de 2008 fue la visita del actual presidente de EE UU, Barack
Obama, a Berlín, donde pronunció un discurso antes decenas de miles de
personas.
La
llegada de Trump a México fue sentida como un terremoto en México. En una
iniciativa que muchos han considerado suicida, el presidente mexicano había
invitado confidencialmente el viernes pasado a Hillary Clinton y Trump. El
objetivo era demostrar que su Administración es neutral ante las elecciones y
que gane quien gane tendrá su apoyo. Una posición que reiteró en su última
visita a Washington en julio pasado: "El próximo presidente electo
encontrará en México y en su gobierno una actitud positiva, propositiva y de
buena fe para engrandecer la relación entre ambas naciones”.
Tras
esta postura conciliadora anida el vértigo que siente la Administración
mexicana a que un enfrentamiento con Trump pueda propiciar un incendio de
consecuencias incalculables y restar margen de maniobra a Hillary Clinton. Para
la diplomacia priísta, el republicano representa un reto histórico. Una bomba
política. Sus propuestas de construir un muro, recortar las remesas o proceder
a expulsiones masivas no sólo le han convertido en uno de los personajes más impopulares
en México, sino que han mostrado un abismo aún mayor: el riesgo de ruptura
entre dos países que comparten 3.185 kilómetros de frontera. Desde esta
perspectiva, la invitación, según fuentes diplomáticas, buscaba evitar ese
peligro y rebajar la tensión.
El
resultado de la reunión es imprevisible. Pero sin una disculpa de Trump, el
presidente mexicano difícilmente habrá logrado su objetivo. Y aún así, el
republicano habrá obtenido oxígeno suficiente para jugar al hombre de Estado y
ofrecer una imagen de moderación y concordia. Los elementos que necesita para
acercarse a su objetivo: la Casa Blanca.
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