En
la Mira
Héctor
Estrada
Después
de tres años de un gobierno prácticamente invisible, este miércoles concluye la
desafortunada administración de Samuel Toledo Córdova Toledo al frente del
Ayuntamiento de Tuxtla Gutiérrez, que se va junto a los últimos vestigios de
control que el gobierno de Juan Sabines Guerrero incrustó en todos los espacios
de poder de la entidad chiapaneca.
Y es
que la administración del último “delfín sabinista” es desafortunada por el
ángulo en que se quiera observar. Resultó un gobierno para el olvido, padecido
por la ciudadanía y para el mismo Samuel Toledo (junto a su familia) a quien le tocó quedarse “empeñado para
limpiar algunas huellas del pasado”.
Desde
su elección evidentemente fraudulenta el futuro de Samuel Toledo en la alcaldía
nunca fue promisorio. Para nadie era un secreto lo incómodo que resultaba para
el gobierno verde su presencia en la alcaldía capitalina.
Basta
recordar la primera visita del gobernador Manuel Velasco Coello al Ayuntamiento
tuxtleco cuando, sin aviso previo, decidió invitar y presentar con “bombo y
platillo” a Carlos Morales Vázquez para quien pidió más aplausos y
reconocimientos que al propio anfitrión.
Los
desaires del gobernó de Velasco Coello se volvieron asunto recurrente, donde el
disimulo estaba de más. La omisión de su nombre en los discursos, saludos
oficiales y comitivas en eventos oficiales fueron la constante. Era imposible
evitar las miradas hacia un Samuel Toledo “fantasma”, rezagado y olvidado en
los eventos gubernamentales.
Para
entender los resultados finales del gobierno que mañana concluye es importante
saber y reconocer que el verdadero compromiso de Samuel Toledo nunca fue con la
ciudadanía. El compromiso real siempre fue con quienes lo pusieron ahí, con los
jefes que forjaron su estrepitosa carrea política.
El
encargo de Toledo siempre fue el evidente: cuidar las espaldas de sus
antecesores, parchar las irregularidades que deberían maquillarse, intentar sanear
las finanzas desfondadas y componer la casa para finalmente entregar la
alcaldía de Tuxtla Gutiérrez a los nuevos dueños del poder en Chiapas.
Recibió
una alcaldía quebrada, endeudada y con sobregastos. Inicio un proceso de
supuesta austeridad que abarcó más de la mitad de su gestión y se enfrascó en
una vorágine de controversias en sus intentos por entregar al sector privado la
administración del Sistema Municipal de Agua Potable y Alcantarillado (SMAPA) y
el Alumbrado Público.
Como
dirían los que saben, su gestión fue una administración más que básica. Mantuvo
las más simples funciones del Ayuntamiento, mientras sus esfuerzos de
recaudación se encargaron de engordar sus bolsas y las sus amigos cercanos con
estrategias tramposas, pero perfectamente maquiladas.
Su
indiferencia para gobernar y resolver asuntos verdaderamente importantes hoy
deja una ciudad en el desorden, con un ambulantaje sobrepasado, calles
intransitables, un sistema de agua potable quebrado, espacios públicos en el
abandono y servicios públicos deficientes que hacen de Tuxtla una urbe en sus
peores momentos históricos.
Pero,
hoy a sólo unas horas de concluir su encargo, nada de eso importa a Samuel
Toledo. A él le espera el mismo destino que a sus compañeros de sexenio, lejos
de Chiapas y los juicios públicos que puedan venir atrás. Con sus colaboradores
y cómplices más cercanos asegurados en la nómina municipal, con plazas
sindicales de más de 25 mil pesos mensuales. Las
maletas están listas para volver a la Ciudad de México de donde vino con las
manos vacías y a donde volverá con las cuentas bancarias retacadas de lo
saqueado en Chiapas. Ese seguramente será su destino, mientras los compromisos
políticos persistan y lo mantengan en la impunidad de la que otros compañeros
suyos gozan.
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